Tema 7: El aula como lugar de reflexión.

Los Siete Saberes necesarios para la educación del futuro”, de E. MORIN.  CAPÍTULOS V “AFRONTAR LAS INCERTIDUMBRES” Y VI “ENSEÑAR LA COMPRENSIÓN.
En el capítulo V “Afrontar las incertidumbres” el autor explica que si algo caracteriza la historia es su impredictibilidad: la historia humana ha sido y es una aventura desconocida. Tomar conciencia de la incertidumbre histórica conlleva asumir la caída del mito del progreso, certeza propia de la civilización moderna.
La historia es un ejemplo continuo de hechos improbables, hechos que parecían del todo imposibles poco antes de que sucedieran que constatan que el futuro se llama incertidumbre.
La historia avanza por medio de creaciones que afectan a sólo unos pocos individuos y que surgen  alejadas de la normalidad y comienzan a propagarse y convertirse en una tendencia cada vez más potente que da lugar a una nueva normalidad. La evolución, pues, surge de lo diferente, desorganiza la realidad y la reorganiza. Pero también la historia avanza por medio de destrucciones.
La historia no avanza de un modo lineal, sino que pasa por turbulencias, desvíos, estadios, periodos de latencia, virulencias, etc. y tiene siempre dos caras contrarias: génesis y muerte, creación y destrucción…
Vemos el universo como un juego y lo que está en juego es una dialógica entre el orden, el desorden y la organización.
Fruto de esta incertidumbre surge la necesidad de aprender a afrontarla. Existe un principio de incertidumbre cerebro-mental, un principio de incertidumbre lógica, un principio de incertidumbre racional y un principio de incertidumbre psicológica. Se puede afirmar que vivimos en un estado de agonía, que no sabemos si anuncia un nuevo mundo o es simplemente la muerte del actual.
La realidad no es legible de forma evidente. Las ideas y las teorías traducen esta realidad, y pueden ser erróneas. Debemos ser realistas aprendiendo a aceptar la incertidumbre de lo real.
El conocimiento según Morín es navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de verdad.
La «ecología de la acción» (en el momento en que emprendemos una acción ésta escapa de sus intenciones) es tener conciencia de su complejidad, riesgo, azar,… y otras desviaciones o transformaciones posibles. Aquí intervienen cuatro principios: el bucle riesgo-precaución, existe contradicción y son ambos necesarios; el bucle fines-medios, la pureza de los medios no conduce necesariamente a los fines deseados ni al contrario, su impureza tampoco tiene por qué conducir a fines nefastos; el bucle acción-contexto, toda acción escapa a la voluntad de su autor cuando interacciona con el medio pudiendo tener tres tipos de consecuencias insospechadas: el efecto perverso, la inanidad de la innovación o la amenaza de los logros conseguidos.
Los efectos de una acción se pueden calcular a corto plazo, pero a largo plazo son impredecibles. Sin embargo, ante esta incertidumbre hay que actuar, hay que apostar reconociendo la incertidumbre y los riesgos y diseñar una estrategia que examine certezas e incertidumbres y que permita modificar o anular la acción emprendida.
El pensamiento debe curtirse para afrontar esta incertidumbre. Debemos confiar en lo inesperado y trabajar para lo improbable.
En el capítulo VI “Enseñar la comprensión” el autor expone la paradoja del mundo actual: ante tanta comunicación se impone la incomprensión. El problema de la comprensión es crucial para los seres humanos y debe, por tanto, ser una finalidad de la educación para el futuro. La comprensión es garantía de solidaridad intelectual y moral de la humanidad. Este problema tiene dos polos: uno de alcance planetario que es la incomprensión entre los seres humanos y el otro, individual que afecta a las relaciones familiares.
Existen dos comprensiones: la intelectual y objetiva, que pasa por la inteligibilidad y por la explicación, y la humana o intersubjetiva, que implica la empatía, la identificación en el otro y la proyección. Los obstáculos externos de la primera son el ruido, la polisemia, la ignorancia de los ritos y costumbres del otro, la incomprensión de los valores que imperan en otra cultura, de sus imperativos éticos o la imposibilidad de que una estructura mental comprenda a otra. En cuanto a los obstáculos internos de los dos tipos de incomprensión son múltiples: indiferencia, egocentrismos, etnocentrismo y sociocentrismo. El egocentrismo cultiva el autoengaño. Para comprender a los demás hay que comprenderse a sí  mismo. El etnocentrismo y sociocentrismo alimentan las xenofobias y racismos. La incomprensión genera embrutecimiento y éste a su vez más incomprensión. La reducción de lo complejo a uno de sus elementos también obstaculiza la comprensión. Estos obstáculos, sin embargo, pueden y deben superarse.
La ética de la comprensión es un arte de vivir que pide comprender desinteresadamente. La comprensión se ve favorecida por el «bien pensar» (conocer el texto y su contexto) y por la introspección (conocer nuestras debilidades para comprender las de los demás).
Comprender a los otros requiere, además, conocer la complejidad humana. Requiere identificación y proyección, abrirnos a los demás como lo hacemos con nuestros allegados; interiorización de la tolerancia, aceptación de la expresión de las ideas, convicciones y elecciones contrarias a las nuestras. Existen cuatro grados de tolerancia: respetar el derecho a manifestar opiniones innobles, respetar ideas antagónicas a las nuestras, reconocer y respetar la verdad que contiene una idea antagónica a la nuestra y, finalmente, la conciencia de la enajenación humana y la perturbación como causa de algunas acciones.
La única mundialización que estaría al servicio de la humanidad sería la comprensión, la solidaridad intelectual y moral de la humanidad. Comprender es aprender y reaprender.

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